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Cuba, el Imperio y la seguridad nacional

Cuba, el Imperio y la seguridad nacional Armando Chaguaceda Noriega
La Jiribilla

Por estos tiempos, cuando a ratos creemos haberlo visto y escuchado casi todo, ciertos vientos «asépticos, postmodernos y civilizados» nos deparan interesantes sorpresas. Uno de ellos es la reducción y manipulación que de algunos conceptos se hace en los predios del capitalismo mundial. En especial, y con renovado protagonismo, el de seguridad nacional se desfigura y enarbola por la elite estadounidense en su ofensiva global desencadenada después del 11 de septiembre del 2001.

De tal forma es preciso recordar que las múltiples seguridades nacionales, como esferas particulares que se interconectan en la complicada telaraña de las relaciones internacionales1, no son expresión de un concepto reducido y agotable desde la unilateralidad. Más bien se nos presenta como una noción de multidimensionalidad, un espacio que abarca esferas ideoculturales y socioeconómicas, ambientales y mediáticas, militares y geopolíticas que definen los marcos objetivos de sobrevivencia y desarrollo de un país cualquiera en los complejos escenarios de un mundo relativamente unipolar y, ciertamente, asimétrico. Lo que sucede es que en ese variopinto concierto de naciones solo existe una cuyos «intereses legítimos», representados como acceso privilegiado a fuentes de materias primas, inversiones de capital y control de posiciones geográficas estratégicas, le inducen constantemente a interferir, amenazar y violar constantemente la seguridad nacional de las otras (incluidos sus propios aliados) mediante el empleo de una panoplia de medios donde se privilegia el uso de la fuerza. Esa nación es EE.UU.

De hecho la incorporación activa del término al lenguaje politológico mundial se debe, en buena medida, a los círculos de poder estadounidenses y en especial a las instancias analítico- planificadoras de la estrategia, nacidas al calor de la Guerra Fría en el período 1945-1989. Su cabeza rectora es el Consejo de Seguridad Nacional, especie de conciliábulo integrado por el Presidente y los máximos responsables (Secretarios) de la Política exterior y la Defensa, los directivos de órganos de la comunidad de inteligencia y el general encargado de presidir la Junta de Jefes de Estado Mayor. Ente este que ha estado a cargo de la toma de decisiones en las crisis y conflictos donde se ha involucrado el imperialismo norteamericano desde el Líbano a Corea, pasando por Cuba y Vietnam, hasta Kosovo e Iraq. Fue este mismo órgano el que definió en su memorándum NSC- 68 lo que serían las líneas directrices de la política exterior yanqui: la creación de un entorno mundial donde pudiera sobrevivir y florecer el sistema norteamericano. Para ello era preciso desarrollar dos políticas subsidiarias consistentes en, por un lado, garantizar el acceso a las rutas comerciales y los recursos del Tercer Mundo (mediante la contención de los emergentes movimientos de liberación y, eventualmente, de gobiernos nacionalistas) y, complementando lo anterior, detener el fortalecimiento y avance del campo socialista, promoviendo la crisis e implosión del mismo. Huelga comentar que lamentablemente estos objetivos de claro cariz injerencista fueron parcialmente cumplidos lo que nos ha llevado a la situación actual de inseguridad y creciente agresividad en las relaciones internacionales2.

El 11 de septiembre, cualquiera que haya sido el origen de los execrables atentados, sirvió como pretexto, catalizador de consenso interno y externo, para imprimir un mayor giro hacia la derechización y militarización de la política exterior de la superpotencia. La «Doctrina del Ataque Preventivo», enunciada como nueva política de estado por quienes hace rato la practicaban con mayor o menor intensidad y coherencia, tuvo su preparación y anticipo en el programa de la nueva administración Bush desde mucho antes del atentado a las Torres Gemelas y el Pentágono. Por ello se torna posible (y necesario) encontrar un conjunto de hilos conductores en la proyección de fuerza de los EE. UU. que nos permitan comprender el modus operandi de sus agentes porque, como nos enseñó el cubano más lúcido de todos los tiempos, José Martí, en política lo real es lo que no se ve y lo esencial es prever. Así podríamos reconocer que en los últimos 20 años:

1- Todas las intervenciones militares han estado precedidas por enormes e intensas campañas de legitimación con la creación de pretextos (violaciones de los derechos humanos, amenaza a la vida y propiedad de ciudadanos estadounidenses, promoción del terrorismo, existencia de armas de exterminio masivo, etcétera.) o la magnificación de factores reales aprovechando el control mayoritario de los mass media por la elite político-económica yanqui.

2- Se han procurado adversarios militarmente insignificantes, limitados en las capacidades ofensivas o de asimilación de las nuevas tecnologías de mando, guerra electrónica y cibercombate. En no pocos casos se ha aprovechado la existencia de fisuras en el tejido social o en la elite dirigente o el efecto acumulativo de regímenes de sanciones internacionales. En todos los ejemplos se ha agredido a naciones despojadas de cualquier posibilidad de ayuda exterior apreciable.

3- Las naciones han sido sometidas a violentas campañas de ataques aéreos masivos, realizados desde alturas de 10 mil pies, alejados del alcance de las armas antiaéreas más comunes en los arsenales de los países tercermundistas, con profuso empleo del armamento «inteligente» y artilugios de alta capacidad destructora3, particularmente devastadores con la población civil. Los combates terrestres han sido una opción asumida cuando se supone el total control del espacio aéreo sobre el campo de batalla, en condiciones de superioridad numérica de infantería y recurriendo a la saturación de las posiciones adversarias mediante el empleo del napalm, helicópteros de apoyo, misiles, etcétera.

4- Se ha evidenciado un absoluto desprecio a las normas del Derecho Internacional (incluido el humanitario) evidenciados, por tomar solo unos ejemplos, en el ataque a columnas de refugiados kosovares y afganos, el bombardeo de un refugio en Bagdad, en 1991 que implicó, según diversas fuentes, unos 400 muertos civiles o el lanzamiento de misiles contra la embajada china en Belgrado en 1999, acto evidentemente deliberado por el tamaño, ubicación y clara identificación del objetivo.

Si realizamos un somero análisis de estudios de caso podemos ratificar lo anteriormente expuesto. En 1983, durante la invasión a la pequeña isla de Granada, se trataba de un país cuya población total era varias veces menor que el efectivo del ejército estadounidense, y que disponía para su defensa de un poder de fuego inferior al de las estaciones de policía de la ciudad de Nueva York. En la operación cínicamente llamada «Causa Justa», en el Panamá de aquel 20 de diciembre de 1989, los norteamericanos, no contentos con estrenar el caza furtivo F- 117 equipado con bombas láser para burlar los radares en un país desprovisto del más sencillo sistema de defensa aérea, tuvieron que concentrar en las instalaciones del llamado Comando Sur una fuerza que triplicaba numéricamente el potencial desplegado por las Fuerzas de Defensa Panameñas y los Batallones de la Dignidad. Durante la operación «Tormenta del Desierto» los errores políticos y la pésima conducción estratégica de la dirección iraquí posibilitó el exitoso despliegue y preparación de la agresión que incluyó la detallada simulación previa de las misiones, el estudio del armamento y tácticas del país árabe, así como la minimización de cualquier acción de respuesta potencialmente eficaz, mas allá del simbólico lanzamiento de los «terribles» y obsoletos misiles SCUD.

La crisis de Kosovo es uno de los capítulos donde se ponen de manifiesto los argumentos ya señalados. La intervención occidental en la convulsa región balcánica estuvo en la mesa de los planificadores de la OTAN desde la desintegración de la República Socialista Federativa Yugoslava en 1991, pero esta fue desechada por un conjunto de diferentes factores donde se privilegiaba el evitar un descalabro en un territorio montañoso y militarmente acondicionado, habitado por un pueblo de sólidas tradiciones combativas y dotado, entonces, de un ejército numeroso y bien equipado. Hubo que esperar el saldo de ocho años de sanciones de la ONU con su secuela de erosión y envejecimiento en todos los campos (incluido el técnico-militar), las sucesivas derrotas de los enclaves serbios de Bosnia y Croacia abandonados a su suerte por una maniatada Serbia, el fomento de una oposición interna estimulada y apoyada por Occidente para, en medio de la crisis secesionista generada en el territorio de Kosovo, llevar a cabo el asalto final a una Yugoslavia debilitada.

En el caso contrario, los EE.UU. han demostrado moderación cuando prevé un alto costo para una aventura bélica, a despecho de cualquier acusación de doble rasero. Por ejemplo, justo cuando a Iraq se le ponían condiciones cada vez más difíciles de satisfacer, al precio de perder la escasa soberanía que le quedaba; los dirigentes norteamericanos expresaban, después de esgrimir en su contra la tradicional retórica fundamentada en la acusación y la amenaza, la decisión de negociar posiciones con uno de sus más vituperados enemigos «honorablemente» incluido por el Bush en el selecto «Eje del Mal». Por supuesto, que nos referimos a la República Popular Democrática de Corea, adversario resuelto de los intereses imperialistas, con población masivamente preparada y encuadrada, equipado con una fuerza misilística y suficiente armamento convencional como para barrer la parte sur de la península en un Teatro de Operaciones accidentado, reducido y estrecho, difícil para desarrollar el concepto de ofensiva aeroterrestre profunda de los norteamericanos.

Y, entonces, habiendo analizado los marcos referenciales, podemos volver a nuestro tema de inicio y escudriñar el caso cubano. En primerísimo lugar hay que reconocer que Cuba no tiene no solo el deseo, sino tampoco las capacidades para ser una potencial amenaza para su poderoso vecino. Después de 1991 fueron cortados los masivos suministros soviéticos, las capacidades aeronavales (las únicas que pudieran infligir daño físico a los recursos humanos y materiales estadounidenses en territorio de la Unión y aguas adyacentes) han sido reducidas a un mínimo. En cuanto a las amenazas biológicas e informáticas valdría la pena recordar en el descrédito que terminó campaña desarrollada por el Subsecretario de Estado, cuando no pudo presentar evidencias serias y fundamentadas ante la invitación cubana a la prensa a visitar los laboratorios biotecnológicos y de medicamentos. Por demás, la base de rastreo electrónico Lourdes ha sido desactivada y sus instalaciones albergan ahora a una universidad civil de informática, y numerosos militares estadounidenses (incluido el ex jefe del Comando responsabilizado con el área geográfica donde se encuentra Cuba) han visitado la Isla y declarado que no constituye una amenaza para la seguridad nacional de los EE.UU.

Por si esto fuera poco, el presupuesto defensivo nacional es proporcionalmente más reducido que el de otros países de la región no amenazados militarmente por nadie, y nuestras fuerzas armadas han reducido su efectivo permanente entre un 50 y 60 % según diversas fuentes. Lo que sí no ha acaecido (como algunos quisieran) es un resquebrajamiento catastrófico de nuestras capacidades de defensa, que facilitaran una intervención imperialista. Túneles protectores, aumento de la fabricación, reparación y modernización doméstica de armamento, readecuación de la doctrina defensiva a las posibilidades y escenario reales donde se impone más que una inmediata expulsión un desgaste sistemático de los invasores, son respuestas en esta dirección. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), además, se han revelado como una fuerza cohesionada, con proyección de futuro y cabal comprensión de otras realidades muy alejadas de los cañones como puede ser la economía. Organizadores de la producción agraria más eficiente a escala estatal, pionera en la experimentación de la necesaria autonomía empresarial y con un sistema estable de formación, promoción y atención a cuadros, son un factor activo en el presente y devenir de la nación. Tan es así que, sagaz e irónicamente», son tomados en cuenta en cualquier escenario futuro tanto por parte de los adversarios de la Revolución cubana como por intelectuales alejados a nuestro actual sistema social.

Por ello propongo otra visión más objetiva de los problemas que afectan a la seguridad nacional cubana, ajena a las sentencias de discursos tristemente sesgados por el rencor, los torpes olvidos y la moda de decir lo que es conveniente ante ciertos círculos de las metrópolis del «mundo civilizado». Pensar que la dirección cubana, tradicionalmente exitosa en desarrollar una política exterior responsable y solidaria, combinando firmeza y mesura, es la mayor amenaza a la sobrevivencia de nuestra gente es tan absurdo como esperar un ataque inminente de los Mig 29 en la Calle 8 o en Washington. Las problemáticas de la seguridad nacional amenazan la estabilidad de múltiples estados (incluido Cuba), pero no se reducen a la esfera militar y las decisiones de alta política, porque no pueden escapar a consideraciones de muy diversa índole.

Un modelo económico en crisis, la carencia de una retroalimentación social derivada del acceso publico al debate y la información o la postergación de soluciones a los problemas cotidianos de los ciudadanos son suficientes variables como para colapsar la ecuación de un estado armado hasta los dientes. Nadie puede olvidar eso, porque parece ser la realidad cotidiana en demasiados países de este mundo empobrecido. Pero aquí, en un rincón soberano del Caribe, como en toda la realidad existen diferentes dimensiones y escalas de valor. En la nuestra, un factor externo (la agresividad imperialista) se convierte no en el único, pero sí en el principal reto actual a nuestra seguridad nacional. Amenaza que se cierne no contra un proyecto político u opción ideológica particulares, sino contra cualquier futuro deseado de una nación cabalmente independiente.

Agosto de 2003

*El artículo nació del impacto provocado por la campaña recién reverdecida (pero realmente nunca abandonada) donde se acusa a Cuba de ser, con sus supuestas violaciones masivas de derechos humanos, febril antimperialismo, etcétera, la fuente de amenazas no solo para los ideales de la democracia y sus defensores occidentales, sino para su propio pueblo. De ahí el carácter de mi respuesta. No obstante, deseo señalar que el título intencionalmente lo hermana con un artículo similar (en proceso editorial) donde desbrozo algunas aristas y repercusiones internas del problema, y su relación con la actual situación del debate y la información públicos en la Isla. Ambos se complementan, por lo que los interesados pueden enviar sus opiniones, interrogantes o establecer contacto sistemático a mi dirección E- mail. archanox2003@hotmail.com

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Notas

1 Tal y como se consagra en la Carta y el sistema de la ONU y en las normas de respeto a la convivencia y la autodeterminación de las naciones.

2 Con posterioridad a la caída del muro de Berlín las sucesivas administraciones norteamericanas presididas por W. Clinton definieron como objetivos a cumplir para garantizar la seguridad nacional.

A) La promoción del sistema de democracia liberal, representativa y multipartidista.

B) La extensión del sistema de economía de mercado a todas las naciones a escala global.

C) La preservación de las capacidades asimétricamente superiores de EE. UU. en las áreas tecnológico- militares.

Para un fundamentado tratamiento del tema consultar el articulo «El rol de la democracia en la política exterior estadounidense y el caso de Cuba», de William Robinson en el libro La democracia en Cuba y el diferendo con los Estados Unidos, ediciones CEA, editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1996. Para conocer las transformaciones derivadas de la nueva doctrina de seguridad nacional de la presente administración ver «The National Security Strategy of United States of America», Presidencia de los EE. UU., Casa Blanca, septiembre de 2002, con copia presencial en varias páginas de la WEB.

3 En particular la utilización de las llamadas bombas de racimo, que al liberar entre 200 y 300 submuniciones desvastan un área de varios centenares de metros, provocando mutilaciones a civiles, así como las bombas de más de tres toneladas de High Explosive comparables a una pequeña explosión nuclear y los misiles de cabeza penetradora utilizados contra refugios civiles.

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